La figura del vampiro ha estado presente en casi todas las épocas y civilizaciones de la humanidad. Cada cultura le ha atribuido diversas características a los vampiros, según su idiosincrasia. Lo que resulta curioso es que la esencia del vampiro como criatura que se alimenta de la sangre humana es la misma en todos lados. En esta ocasión os traigo una antigua leyenda de Castilla La Mancha que trata precisamente de uno de esos seres.
Una apuesta en una noche mágica
Cuenta la leyenda que en el pueblo de Huélamo, Cuenca, vivía un hombre llamado José Manuel, que afirmaba no temer a nada ni a nadie. En la noche de Todos los Santos, hizo una apuesta con su amigo “El Pinto”, la cual consistía en entrar solo al cementerio esa velada. Para demostrar que había cumplido debía apilar un montón de piedras en un lugar determinado que al día siguiente El Pinto iría a revisar.
José Manuel no se lo pensó dos veces y aceptó la apuesta, saltó la tapia del cementerio, apiló las piedrecitas en el lugar indicado y salió. En el camino de regreso a su casa se encontró con un misterioso hombre, que tenía apariencia de extranjero. El sujeto vestía de manera muy elegante e iba ataviado con un sombrero y una capa negra.
El desconocido preguntó a José de manera muy cortés y con modales exquisitos, qué camino debía seguir para llegar hacia el pueblo vecino. José le indicó la ruta a seguir y el misterioso hombre le pidió que le acompañara, lo que nuestro protagonista aceptó.
Extrañas y siniestras luces
Ambos hombres emprendieron el camino y tras un rato de andar, José comenzó a tener sospechas acerca de su acompañante. Era muy extraño que este sujeto no pronunciase palabra, además tenía un comportamiento y actitudes muy raras. Tras avanzar unos cuantos metros, José decidió mirar a su compañero y entablar conversación.
Enorme fue la sorpresa de nuestro protagonista cuando al mirar al misterioso extraño notó que de sus manos y pies salían unas extrañas luces. En principio creyó que se trataba de un efecto óptico causado por la luz de la luna. Decidió volver a mirar y la visión fue la misma. Atemorizado, José pensó que estaba al lado de alguna criatura sobrenatural, tal vez un demonio o un fantasma.
Tras avanzar unos cuantos pasos más, José le pidió a su compañero hacer una parada por cuestiones de necesidades fisiológicas. El extraño, en tono autoritario le dijo: “No me hagas esperar. Antes de que escuches tres palmadas, será mejor que ya estés aquí”.
José se alejó y en cuanto sintió que el extraño no lo veía, comenzó a correr a través del campo en dirección al pueblo. Mientras corría escuchó las tres palmadas y en cuanto miró hacia atrás pudo ver que el sujeto le perseguía y que las luces seguían en sus manos y pies. Pero lo que más le aterrorizó fue ver que el sujeto no tenía los pies en el suelo, iba flotando.
La huella del vampiro
José Manuel, exhausto, consiguió llegar a su casa, cerró la puerta y las ventanas para asegurarse que su persecutor no pudiese entrar. El sujeto golpeó furiosamente la puerta, lo que provocó que la madre de José se despertara y juntos comenzaron a rezar.
Al poco tiempo, solo escucharon una voz infernal que dijo: “¡De tus pies te has valido, que si no, tu sangre me hubiera bebido!”. E inmediatamente después, volvió la calma. Al día siguiente, madre e hijo fueron a comprobar la puerta y vieron en ella unas enormes huellas grabadas a fuego.
Cuenta la leyenda que al extraño misterioso no se le volvió a ver nunca más por aquellos parajes. Además, para que el episodio no trascendiera y quedase en el olvido, la puerta con las marcas fue enterrada en el Castillo de Huélamo. De esta forma, ya no habría pruebas del paso de un vampiro por esta comunidad.
Las leyendas han sido y serán parte del folklore de un pueblo. En ellas, podemos apreciar las características y el pensamiento de una sociedad. Forman parte de la riqueza cultural de un pueblo y es bueno recordarlas y no permitir que caigan en el olvido. Además, muchas de ellas, tienen visos de realidad, de sucesos antiguos que no quedaron registrados en los anales de la historia.