La muerte del Apóstol Santiago
Tras la muerte de Jesús, los doce apóstoles que lo seguían se dispersaron por todo el mundo para dar testimonio de la nueva fe. Su maestro les había encomendado la misión de llevar el Evangelio a cada rincón de la tierra. Jacobo de Zebedeo, mejor conocido como el Apóstol Santiago el Mayor arribó a tierras gallegas, donde con ahínco se dedicó a predicar. Su esfuerzo no fue muy fructífero, ya que sus seguidores no llegaban a una docena.
Triste y contrariado por el escaso éxito, volvió a Jerusalén, donde inmediatamente fue apresado por los soldados de Herodes Agripa I, quien ordenó su decapitación. Sus restos fueron colgados en el desierto de Judá, en las afueras de Jerusalén para que los carroñeros hiciesen mella de él. Al caer la noche, sus discípulos rescataron el cadáver, lo embalsamaron y lo envolvieron en una piel de ciervo a modo de sudario. Inmediatamente se dirigieron al puerto de Jaffa, donde una barca sin timón ni remos ni remeros, pero surtida de provisiones los esperaba.
Los siete discípulos, llevando el cadáver, subieron a la embarcación que navegó tranquilamente, sin tempestades y sin quien la manipulase, como guiada por mano divina, a través del Mediterráneo. Tras seis días de viaje, la embarcación llegó a Iria Flavia, ubicada en la provincia de La Coruña, en Galicia. En aquellos tiempos, las tierras gallegas eran gobernadas por los romanos.
En cuanto desembarcaron, colocaron los restos del Apóstol sobre una losa. La roca, como si fuese de cera, inmediatamente se amoldó al cadáver, adquiriendo la forma de un sarcófago. Los discípulos decidieron ocultar los restos en el monte, hasta que encontrasen un lugar digno donde sepultarlo.
La reina Lupa
Los discípulos del Apóstol caminaron una gran distancia hasta que a lo lejos vieron una pequeña luz. En cuanto se acercaron pudieron percatarse que se trataba de un castillo. Los hombres se acercaron a las puertas del recinto y solicitaron hablar con el señor. Los guardias les informaron que la señora del castillo era la reina Lupa y que está no les recibiría hasta que se hiciese de día.
Los siete hombres aguardaron pacientemente hasta que saliera el sol para poder ser recibidos por la señora. Una vez que estuvieron frente a la reina le solicitaron que les donase un lugar donde poder enterrar a su maestro y poder venerarlo. Lupa había escuchado rumores acerca de la nueva fe que se estaba extendiendo por todo el imperio. Temerosa de que el culto a las deidades romanas se viese amenazado con la llegada del cadáver del Apóstol, decidió tenderles una trampa a los discípulos.
Con una falsa empatía, les dice que ella no puede ayudarlos, pero que seguramente el rey de Duio les concedería lo que solicitaban. Los siete discípulos se encaminaron hacia esta ciudad con la esperanza de encontrar la que sería la última morada del Apóstol. El regente, a quien Lupa había mandado avisar acerca de la llegada de los forasteros, envió a sus soldados a perseguirlos y matarlos.
Huyendo de las legiones del rey, los siete discípulos llegaron al río y atravesaron el puente que separaba una orilla de la otra. En cuanto aquellos hombres de fe llegaron del otro lado, el puente se desplomó y todos los soldados cayeron al río.
Un lugar de reposo para el Apóstol
Tras este suceso, el resto de los soldados se negaron a perseguir a los discípulos quienes volvieron ante la reina Lupa para volver a solicitar su ayuda. La señora, conocedora de lo ocurrido en el puente, decidió tenderles ella misma una trampa.
Les dijo que les cedería un terreno que podrían elegir ellos mismos, pero para llegar a este necesitaban un carro tirado por bueyes para llevar el sarcófago. También les dijo que ella les otorgaría el vehículo y los animales. Sin embargo, debían llevar ellos mismos el carro al monte donde estaban los bueyes que eran sumamente bravos.
Se encaminaron los discípulos hacia el lugar donde estaban aquellos bueyes bravos, que en cuanto vieron a los santos hombres se acercaron a ellos. Mansos y dóciles se dejaron colocar los arneses para tirar del carro. Tras colocar el sarcófago en su transporte, los discípulos emprendieron camino en la búsqueda de un sepulcro guiados por una estrella.
Así fue como los discípulos llegaron a una zona del monte Ilicinio, actualmente llamado Pico Sacro, donde pudieron enterrar a su maestro. Los restos del Apóstol permanecieron en ese lugar durante mucho tiempo antes de llegar a Compostela. La reina Lupa, asombrada por los prodigios, se convirtió al cristianismo y fue bautizada junto con muchos de sus vasallos por los discípulos del Apóstol.
Espero que os haya gustado esta maravillosa leyenda gallega y aprovecho para recomendaros la historia de Egeria, la monja viajera. Para saber más acerca de ella, solamente tenéis que pinchar aquí.