La historia de Francisco de la Vega, el hombre-pez de Liérganes es una de las mas bonitas y maravillosas de España. Envuelta en un halo de misterio hace pensar en aquellos seres marinos, que desde tiempos inmemoriales han estado presentes en el folklore de la humanidad.
Un joven al que le gustaba nadar
En la pequeña localidad cántabra de Liérganes, vivió un extraño muchacho de nombre Francisco de la Vega y Casar. El joven tenía fama de buen nadador, algunas crónicas relatan que era capaz de llevar mensajes a barcos que estaban a gran distancia. Según algunos relatos, desde los cinco años ya mostraba esas aptitudes extraordinarias. Más que jugar con otros niños, prefería disfrutar las horas de ocio en las aguas del río Miera.
En 1672, cuando Francisco tenía 16 años, fue enviado a la población vizcaína de Las Arenas para aprender el oficio paterno de la carpintería. Durante los dos años que permaneció en el pueblo, cada atardecer, cuando terminaba su jornada, iba a nadar a las aguas de la ría.
La desaparición de Francisco
En la tarde de la víspera de la noche de San Juan de 1674, Francisco junto con cuatro compañeros emprendieron una excursión. Se dirigieron hacia el recodo donde el mar penetraba en la costa para ir a nadar un rato. El joven se desnudó y se sumergió en las profundas aguas, sus compañeros, atónitos, vieron como se dejó llevar por la corriente hasta desaparecer. En un principio nadie se preocupó por él; debido a sus extraordinarias cualidades natatorias creían que regresaría pronto. Pero transcurridas unas horas y al ver que no aparecía, los habitantes del pueblo lo dieron por muerto.
La noche siguiente, la madre de Francisco María de Casar y sus hermanos Tomás, Juan y José, son informados de la terrible noticia. Durante varias jornadas, los tres jóvenes con ayuda de los vecinos del pueblo buscaron el cadáver por playas y montes, pero sin resultado. El paso del tiempo fue haciendo que el dolor fuera menguando y el recuerdo de Francisco fue diluyéndose como la blanca espuma en el mar.
Aparece un extraño hombre-pez
Corría el mes de febrero de 1679, habían transcurrido cinco años desde la desaparición de Francisco y su recuerdo solo seguía vivo en algunos. Un buen día, en la Bahía de Cádiz, los pescadores que faenaban en un barco vieron en el mar lo que parecía un pez martillo. Al ver que la criatura no se marchaba, le arrojan pan y carne.
Con gran rapidez se extendió por todos los muelles el rumor de que una extraña criatura estaba merodeando por la Bahía. Intentaron capturar al ser utilizando cebos de carne y pan, pero los resultados fueron infructuosos, el extraño personaje los devoraba y huía a una gran velocidad. Varias jornadas después, los pescadores, tras armar un aparejo con las redes y colocar cebos consiguen capturarlo.
Al llegar a la costa y liberar a la presa, los pescadores observaron asombrados que la extraña criatura se trataba de un hombre. El joven, de aproximadamente 1,80 de altura era muy corpulento, su tez pálida, casi translúcida y una melena rojiza. Una pequeña cinta de escamas atravesaba su tronco desde la garganta hasta el estómago y otra similar recorría toda la espina dorsal. Los dedos de las manos estaban unidos con una membrana parduzca similar a las palmas de los patos. El hombre bramaba y rugía como un animal para contenerlo fue necesaria más de media docena de hombres.
Don Domingo de la Cantolla, secretario del Santo Oficio, se quedó impactado al recibir la noticia de semejante aparición. Ordena que el misterioso hombre-pez sea llevado al convento de San Francisco para practicarle unos exorcismos, para expulsar a los demonios que estuviesen habitando aquel cuerpo.
En el Convento de San Francisco
El sujeto no hablaba, no era violento y durante una semana se le practicaron exorcismos buscando que los demonios que habitaban aquel cuerpo fueran expulsados. En la cuarta noche, el hombre-pez, balbuceó una extraña palabra que ninguno de los frailes comprendió. Esa misma velada llegó al convento, procedente de Bélgica, Fray Juan Rosende, un experto en lenguas extranjeras y poco conocidas.
Fray Juan, durante días y noches trató de comunicarse con aquel extraño hombre, pero era en vano, el ser proveniente de las aguas no rompía su silencio. Pero en la séptima noche, por fin pronunció la palabra Liérganes, un vocablo que en aquella época era completamente desconocido en la ciudad andaluza.
Los clérigos no hallaban una respuesta para el significado de la palabra que había pronunciado aquel hombre. Pero el enigma se resolvió dos días después, gracias a un mozo natural de Santander, que estaba trabajando en los astilleros de la ciudad. El hombre explicó que Liérganes era el nombre de una pedanía de Cantabria, que se alzaba sobre el río Miera y pertenecía al Arzobispado de Burgos.
Don Domingo de la Cantolla, presa de la duda y del asombro, inmediatamente envió mensajeros a la localidad de Solares, a unos diez kilómetros aproximadamente de Liérganes. Necesitaba ponerse en contacto con el noble Don Dionisio Rubalcaba, con Don Gaspar Melchor de la Riba, Caballero de la Orden de Santiago y con el Marqués de Valbuena. El objetivo era tratar de obtener alguna información acerca del misterioso hombre-pez.
Pocos días después, Dionisio Rubalcaba recibía la confirmación de la desaparición de Francisco de la Vega y Casar hacía cinco años en la ría de Bilbao. Sospechando que el misterioso sujeto era aquel que había desaparecido hacía un lustro se prepara el traslado hacia la localidad cántabra.
El hombre pez regresa a Liérganes
En los primeros días de enero de 1680, se dispone formalmente el traslado del hombre-pez. Fue Fray Juan Rosende quien dirigió la comitiva. Al llegar a una vereda conocida como La Dehesa, el hombre-pez, como si fuese movido por un extraño impulso bajó de la carreta. Comenzó a andar, guiando a la comitiva llegó hasta la casa de la familia de La Vega.
En cuanto abrió la puerta de la pequeña casa, su madre María lo reconoció inmediatamente y entre sollozos corrió a abrazarle. Tomás y Juan, hermanos de Francisco, llenos de alegría se unieron al abrazo. Solamente faltaba José, quien había viajado a Cádiz hacía dos meses tras enterarse en una conversación con el Marqués de Valvuena que el ser capturado podría ser su hermano. Desgraciadamente, José jamás regresaría a su hogar.
A todos los presentes en el encuentro les extrañó que el hombre-pez no mostrara ningún gesto de alegría por el reencuentro con sus familiares. Durante los casi dos años (nueve según algunos cronistas) que estuvo en el hogar familiar mantuvo esa actitud introvertida. Estaba limitado a uno estricta vigilancia ordenada por Dionisio Rubalcaba.
Su vida en Liérganes transcurría en la monotonía y la introversión. Dormitaba la mayor parte del tiempo, continuaba sin pronunciar palabra, se alimentaba de carne y pescado crudo y dormitaba la mayor parte del tiempo. En ningún momento mostró interés por nada ni por nadie.
Un atardecer de 1682, varios vecinos de la localidad lo escucharon gritar y rugir como un animal herido. Corriendo se encaminaba hacia las aguas del rio, en vano intentaron detenerlo, el hombre-pez se sumergió en las aguas y desapareció para no volver jamás.
Feijoo, Marañón e Iker Jiménez
El benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo fue un cl´ñerigo que se dedicó a arremeter con dureza contra el mundo supersticioso que reinaba en la España del siglo XVIII. En su obra Teatro Crítico Universal, escrita entre 1726 y 1740, se dedicó a desmentir todo tipos de creencias y milagros. Sin embargo, el caso del hombre-pez de Liérganes lo dio como verdadero, por el testimonio y participación de nobles y clérigos en el suceso.
Sin embardo, el doctor Don Gregorio Marañón, intentó desmentir el caso en su obra Las ideas biológicas del padre Feijoo, escrita en 1934. Según el doctor se trataba de un joven aquejado de cretinismo “idiota y casi mudo” que huyó de su hogar. Las escamas en su cuerpo las atribuía a una enfermedad de la piel llamada ictiosis. Para él estos padecimientos y la incapacidad del joven de comunicarse, hizo que los pescadores creyeran que habían capturado a un ser imposible.
Años más tarde, el doctor Marañón acabaría convenciéndose de que la historia se trataba de una leyenda debido a la falta de pruebas escritas que lo confirmasen. El periodista Iker Jiménez, en su libro Enigmas sin resolver I, menciona que en 1997, fue a Liérganes en busca de documentos que avalaran la existencia del hombre-pez.
Sus pesquisas le llevaron hasta el convento de clausura de las Clarisas en Santillana del Mar, Cantabria. Con la valiosa ayuda de la religiosa Sor Emilia Sierra, revisó los libros de nacimientos y defunciones de aquella época. La búsqueda otorgó sus frutos cuando la religiosa localizó la partida de nacimiento de Francisco y el acta de defunción de este y de su hermano José.
Al fin, salían a la luz los documentos que probaban la existencia de Francisco de La Vega Casar, pero aún quedan muchas dudas en el tintero que quizás nunca encuentren respuesta.
In memoriam
En la villa de Liérganes existe una estatua en honor a Francisco de La Vega Casar.También pervive una cita en un monumento que preside el paseo central, conocido como paseo del hombre-pez. En ella puede apreciarse la escena en la que es capturado por los pescadores gaditanos y bajo esta se puede leer:
“Su proeza atravesando el océano de norte a sur de España, si no fue verdad mereció serlo. Hoy, su mayor hazaña es haber atravesado la memoria de los hombres. Verdad o leyenda, Liérganes lo honra aquí y le da así la inmortalidad”.