Martín Rodríguez: «El Niño de Tordesillas»
A las afueras de la población de Tordesillas, Valladolid, Martín Rodríguez de 7 años tiene un encuentro con un extraño objeto metálico y reluciente de forma cónica. El aparato le lanzó algún tipo de radiación desconocida. A causa de eso, tuvo que ser intervenido quirúrgicamente 14 veces a vida o muerte.
Uno de los primeros en investigar el caso fue el investigador Juan José Benítez, quien le dijo al periodista Iker Jiménez que “ese niño sí que existió. Yo mismo estuve en su casa. La historia es alucinante. De las más fuertes, probablemente, que han ocurrido en nuestro país”.
Martín y Fernando solo buscaban un escondite
La noche del jueves primero de octubre de 1977 el matrimonio formado por Antonio Rodríguez y Feli Rodríguez contemplaban aterrados como algunos niños transportaban en volandas a su hijo Martín Rodríguez Rodríguez. El niño venía inconsciente. Los amigos del pequeño gritaban entre llantos: “¡A Martín le ha atacado un coche volador!”.
Aquella tarde Martín había salido del colegio comarcal de Tordesillas y junto a tres amigos se dirigió a su casa en la calle Valencia en la barriada de San Vicente. Llevaba puestos unos vaqueros y un jersey que su madre le había tejido. Después de haber dado una vuelta en bicicleta por los descampados que rodeaban la zona, Martín entra en su casa para pedirle la merienda a su mamá. Feli le prepara una rebanada de pan con crema de cacao y a las 8 menos cuarto de la tarde el chico regresa con sus amigos para seguir jugando.
Los niños se pusieron a jugar al <<bote de malla>>, un juego muy popular en la región, muy parecido al escondite. En cuanto anochece, Martín junto a su amigo Fernando Carabelos, buscando un buen sitio donde esconderse deciden correr hacia el viejo corral próximo a la carretera N-122 Valladolid–Zamora.
Los niños corren en paralelo al enorme corral que estaba en desuso. Ambos sabían que por las noches este sitio solía ser utilizado como refugio por personas de dudosas intenciones. Con intención de comprobar si había alguien en el lugar, Martín arroja una piedra por encima del muro. La piedra al caer impactó con algo que produjo un extraño sonido. En palabras de Martín: “aquello sonó a algo metálico y lo que nos dejó con la mosca detrás de la oreja era que el sonido no era el mismo que surgía cuando a veces le dábamos a una antigua máquina de labrar que allí estaba aparcada desde hacía años.”
El Avistamiento
Movidos por la curiosidad de ver contra que había dado la piedra deciden entrar, Martín se adelanta a Fernando y casi a tientas entró al corral. En cuanto ingresó encontró junto a la pared, cual si estuviese agazapado y escondido, estaba un misterioso objeto de metal con una forma parecida a la de una lágrima. El artefacto se sostenía sobre tres gruesas patas. Parecía estar envuelto en colores que llegaban a hacer visibles las vigas y los recovecos de aquel viejo corral.
Menciona Martín que el objeto debía medir aproximadamente 2,80 metros de alto y 1,95 metros de ancho. Estaba posado sobre la tierra. Tenía tres ventanas circulares por las que surgía una “luz muy parecida a los colores rosas y azulados de las pompas de jabón”. Parecía que le escrutaba en la oscuridad.
Según los testigos, aquel OVNI parecía como “una pera metálica o como el gorro típico de Semana Santa pero más ancho por su base”. Las patas, que estaban aferradas al suelo, tenían una serie de líneas en zigzag que las recorrían de arriba abajo. En el centro de la estructura había una puerta dividida en dos, similar a la de un ascensor, estaba cerrada y era de un color metálico brillante. El artefacto tenía en el lateral derecho una especie de tobera formada por varios cilindros, esta sobresalía envuelta en una especie de vapor condensado.
El Ataque
Instantes después, el objeto comenzó a elevarse moviéndose como si se balanceara. Fue entonces cuando los niños pudieron ver que en la base de las patas había una especie de pinchos. Fernando dio un salto hacia atrás e intentó agarrar a su amigo Martín. Fue en vano puesto que el niño había sido interceptado por un misterioso halo de luz que surgía del centro del artefacto.
Fernando no pudo conseguir alejar a su amigo que estaba siendo atravesado por un haz de luz fino que cruzaba la estancia y le traspasaba el abdomen. Asustado, intentó entonces quitar los rayos del cuerpo de Martín, pero fue en vano. Preso de la histeria salió corriendo del corral gritando en busca de los otros niños. Mientras tanto, en el interior del corral, Martín, con las manos aferradas al estómago, seguía sin poder zafarse de la extraña luz que le mantenía sujeto.
Martín, en una entrevista que le realizó Iker Jiménez, comenta: “la sensación que tuve fue de que algo se me metía en el interior de la tripa. Algo que me dejaba enganchado sin permitir moverme adelante ni atrás. Fue entonces cuando comencé a marearme y a sentir que se me iba el sentido. Esa fue la última imagen que tuve. Creo que caí hacia atrás al tiempo que aquello aceleraba recto y en vertical hacia el cielo mientras las patas se metían en el aparato”.
Empieza el Calvario
Los amigos de Martín, alertados por Fernando se dirigen presurosos al corral, donde encontraron al niño tambaleándose, semi-inconsciente e incapaz de articular palabra. Su piel tenía un extraño color amarillento y las pupilas estaban completamente dilatadas.
Entre todos los chicos cogieron a Martín en volandas y a toda prisa llevaron a su amigo hasta la casa de sus padres. En ese momento Antonio Rodríguez, se encontraba colocando unos azulejos en la cocina cuando escuchó los gritos desesperados de los niños. Al abrir la puerta vio a su hijo irreconocible. La tonalidad de su piel y el hecho de que no respondía a estímulos externos provocaron el pánico.
Tras escuchar el relato de los niños, Antonio, acompañado de su amigo Eloy se dirigieron a toda prisa al corral. Allí pudieron comprobar cómo en el suelo habían quedado tres marcas humeantes formando un triángulo. En ese lugar la tierra parecía estar abrasada. Los hombres cogieron una buena porción de esa tierra, la metieron en una bolsa y regresaron a casa. Esa extraña tierra la observó el minero profesional Olegario García Vega, quien afirmó que nunca antes había visto algo parecido, dado el tremendo olor a azufre que aquello despedía. Iker Jiménez en su libro Enigmas sin Resolver I menciona que se mandó analizar esa tierra, y los resultados arrojaron que estuvo sometida a una temperatura de 600 º C.
Martín fue llevado de urgencia con los médicos de Tordesillas, quienes al no lograr averiguar el motivo de su estado, inmediatamente ordenaron su traslado al hospital Onésimo Redondo de Valladolid. Al empezar a recuperarse, los doctores Blanco, Llorente y Medrano, consideraron que podría terminar su recuperación en casa. Pero un agravamiento progresivo de las dolencias, la pérdida de visión y los vómitos constantes llevan a Martín a ingresar al quirófano para la que sería la primera de catorce cirugías. El doctor Martínez Portillo, jefe clínico de neuro-cirugía plasma en el historial que Martín ingresa en estado de coma.
La gravedad era extrema y las cirugías se sucedieron una tras otra, todas ellas a vida o muerte. Los médicos Martínez Portillo y Jesús Estévez consiguen salvarle la vida, pero las constantes recaídas le hacían volver a ingresar al hospital en estado de coma. Antes de entrar a una de las cirugías, el doctor Estévez, totalmente destrozado, manifiesta a los padres que sería casi imposible sacarlo con vida del quirófano. Pero afortunadamente sobrevivió y sorprendentemente se recuperaba en cuestión de días.
Feli, la madre de Martín, en entrevista con Iker Jiménez, recordando el calvario de aquella época, le comenta: “me he pasado seis años sentada junto a la cama del hospital viendo como mi hijo se iba para el otro mundo por culpa de aquello. Eso solo una madre puede saber lo que es. Toda nuestra vida la destrozó aquel maldito <<coche volador>>. Y me pregunto, ¿por qué a nuestro hijo? ¿Por qué nos tuvo que pasar a nosotros?”
En 13 ocasiones a Martín le abren el cráneo utilizando el método de trepanación y en una de ellas le colocan un sistema valvular, tras diagnosticarse estenosis a nivel acueducto en su tercio superior. El niño es sometido a tipo de pruebas. En otra ocasión, debido al extraño desarrollo prematuro que habían sufrido algunas partes de su cuerpo, fue necesario instalarle una válvula artificial <<shunt>>.
A pesar de todos los esfuerzos, tras un periodo de tiempo, las cefaleas, la falta de visión y los vómitos volvían, lo que ocasionaba una nueva intervención para revisar todo el sistema valvular. Los padres, en su desesperación, solían tener una maleta con los enseres más básicos en una habitación, para salir a toda prisa en cuanto les avisaran que el niño había vuelto a entrar en coma. En abril de 1979, el chico fue sometido a tres intervenciones durante la misma semana. Lo que resultaba inexplicable era como el cuerpo de Martín pudo resistir todo eso.
El Cambio de Martín
Por las calles del pueblo, se veía al chico con aparatosos vendajes y cicatrices. Iba ayudando a su padre que con un carro de madera vendía caramelos a las puertas de los colegios. Recuerda José Maeso, un joven que tenía más o menos la edad del niño, que: “ sí que es cierto que caminaba por el pueblo siempre con heridas y vendajes. Estuvo a punto de morir varias veces.”
Los profesores del colegio comarcal de Tordesillas Don Anselmo, Don José Luis y Don Tertuliano, nunca consideraron a Martín un buen estudiante. Por el contrario, solía tner problemas con todas las asignaturas.
Pero sucedió algo muy extraño, Martín cambió radicalmente durante uno de los períodos de intervenciones quirúrgicas. De un momento a otro se convirtió en un aplicado estudiante que aprobaba todas las asignaturas sin problemas y obtenía excelentes notas. Llegó a ganar varios diplomas de poesía y dibujo cuando nunca antes se había interesado por aquellas temáticas. Incluso llegó a aprobar dos años en uno sin el menor esfuerzo.
Afirma Martín: “No sé qué ocurrió en esa etapa, pero la verdad es que tenía interés por cualquier cosa; cogía barro y me ponía a hacer increíbles esculturas. Y lo mismo con las matemáticas, el lenguaje, la lectura… Recuerdo que cuando apenas empezábamos a dividir, yo salía a la pizarra y hacía divisiones por cuatro cifras. Era como si de repente tuviese la necesidad y la urgencia de aprender todo tipo de cosas…”