En las cercanías del Castillo de Sobroso vagan eternamente las almas en pena de Floralba y el peregrino que han sido maldecidos por traicionar la confianza de Don Fiz de Sarmiento.
El Castillo de Sobroso
El castillo de Sobroso se encuentra en el término municipal de Mondariz, aunque es propiedad del Concello de Ponteareas. Se encuentra en lo alto de un promontorio en una ladera del monte Landín. Fue construido en el siglo IX, sobre un poblado castrexo.
En él se celebró la boda de Isabel de Portugal con Pedro III de Aragón. En el siglo XV fue destruido por la revolta irmandiña. Su actual forma es gracias a la reconstrucción que ordenó Diego García Sarmiento, aunque nunca pudo disfrutarlo a causa de la rivalidad con Pedro Madruga. Fue en el reinado de Felipe IV que los Sarmiento consiguieron recuperarlo.
Ya en el siglo XX, Alejo Carrera Muñoz lo adquiere e invierte su fortuna en reconstruirlo, posteriormente el Concello de Ponteareas lo compró a sus descendientes. Actualmente funciona como museo.
La llegada del peregrino al castillo de Sobroso
A finales del siglo XV, era señor del castillo Don Fiz de Sarmiento, un hombre de edad madura que había padecido muchas penalidades por culpa de Pedro Madruga. Sarmiento estaba casado como una hermosa joven de cabello rubio llamada Floralba, a quien amaba con locura. Don Fiz se encontraba en su castillo recuperándose y al mismo tiempo disponiendo lo necesario para acudir con sus huestes a Granada en apoyo de los Reyes Católicos en la batalla contra los musulmanes.
Ese año el otoño había llegado muy frío a la región, azotándola con fuertes lluvias y ventiscas. Una noche, en la que se había desatado una fuerte tormenta, Sarmiento, Floralba y algunos familiares y servidores de confianza pasaban una alegre velada junto a la chimenea. De repente, escucharon fuertes golpes en el portón de entrada. Alertado, el señor reunió a sus hombres y armados acudieron a ver quien llamaba, pensando que podría tratarse de un ataque sorpresivo.
Uno de los vigías avisó a Don Fiz que no se trataba de un ataque, sino de un viajero solitario que por caridad cristiana solicitaba asilo en esa noche de tormenta. El señor del castillo, compadecido, ordenó que se le abrieran las puertas. Entró al salón un hombre de apariencia lastimera, completamente empapado y sostenido con un báculo de madera.
Socorrieron al viajero, le acercaron al fuego de la chimenea para que se calentase y le ofrecieron vino caliente y una suculenta cena. Floralba extremó sus atenciones con el desconocido, quien quedó embelesado ante la belleza de la señora del castillo. El caminante relató que era un peregrino que se dirigía a Compostela a cumplir una promesa hecha al Apóstol. Ese día, la tormenta le sorprendió en su camino y por ello decidió pedir ayuda en el castillo.
La traición
Don Fiz, emocionado y conmovido con la historia del peregrino, le permitió que pasase el tiempo que fuera necesario en el castillo hasta que recuperase las fuerzas para continuar su peregrinaje. Agradecido, el desconocido aceptó.
Al día siguiente, Sarmiento partió hacia la guerra, despedido con dulzura por su esposa y con palabras de agradecimiento por parte del peregrino. En el castillo solamente quedaron los hombres indispensables para su custodia y la protección de Floralba.
Transcurrieron los días y el peregrino se dedicó a enamorar a Floralba hasta que consiguió su objetivo. Los amantes, pasaban las veladas en los aposentos de la señora, hasta que una noche, mientras nadie los veía, huyeron juntos.
A comienzos de 1492, llegó Don Fiz al castillo tras el éxito de la batalla, portando como trofeo un estandarte con la insignia de la media luna. Fue un disgusto terrible para él enterarse de que su esposa había huido con el peregrino. Cegado por el dolor ordenó apilar todo cuanto le había pertenecido a Floralba y quemarlo. Prohibió a todos los moradores del castillo hablar de ella, ni siquiera mencionar su nombre. Quería borrar todo rastro de la presencia de su esposa y lleno de tristeza se encerró en la torre del homenaje del castillo durante muchos días.
El regreso de Floralba al castillo de Sobroso
Había transcurrido un tiempo y un buen día alguien llamó al portón del castillo desesperada e insistentemente. Don Fiz se asomó a la rendija y vio a su esposa, de la que no quedaba nada de su antigua hermosura. Demacrada, hambrienta y enferma relató a don Fiz que el peregrino la había abandonado (aunque hay versiones que aseguran que fue devorado por un animal salvaje) y suplicaba su perdón.
Don Fiz la ignoró y prohibió a todos los moradores del castillo socorrer a la mujer con la advertencia de un severo castigo a quien osara desobedecer la orden. Día tras día acudía Floralba al portón del castillo implorando perdón y suplicando ayuda, pero era ignorada por todos. Un buen día, Sarmiento dejó de escuchar las súplicas de Floralba afuera del castillo, sorprendido, decidió ir a mirar si la mujer había decidido marcharse.
Al salir de la fortaleza, pudo verla a unos metros de distancia, tirada en el suelo, inmóvil. Don Fiz, la cogió en brazos y subió a la parte más alta del castillo y allí, ante el horror de sus servidores, arrojó a la mujer, que aún seguía viva, al vacío. Inmediatamente, Sarmiento ordenó a todos sus vasallos que nadie la socorriese ni le brindasen sepultura. Su voluntad era que sus restos fuesen devorados por los animales salvajes. También prohibió a su gente cazar y transitar por ese lado de sus tierras.
La maldición
Don Fiz, nunca pudo recuperarse del dolor que le había provocado la traición de su amada esposa y del hombre al que de buen corazón ayudó. Murió agotado por las batallas, la tristeza y la soledad.
Cuenta la leyenda que Floralba y el peregrino fueron maldecidos por su traición y porque ninguno de ellos había sido enterrado en tierra bendecida. Floralba fue condenada a vagar en las noches claras por los alrededores del castillo llamando a un portón que nunca se abrirá.
La condena del peregrino fue que todas las noches aparecería a los pies del monte Landín para subir la ladera hacia el castillo. Pero nunca conseguirá llegar, puesto que al acercarse volverá hacia el pie del monte. La maldición también los condena a ambos a no volver a encontrarse nunca y así será hasta el fin de los tiempos.
Muchos testigos afirman haber visto los fantasmas de Floralba y el peregrino, quejándose lastimeramente y pidiendo una ayuda y perdón que tal vez nunca lleguen.